CARA A
-Está
muy oscuro, pásame la linterna.
Amanda
le acercó la linterna que guardaba en su bolso.
-Creo
que nos estamos alejando demasiado de la ruta turística. Prefiero volver con el
resto del grupo—Amanda sonaba un poco asustada.
-Cariño,
no dramatices, no va a pasar nada. ¿No querías probar cosas nuevas?
-Miguel,
no me estaba refiriendo precisamente en adentrarnos en una estúpida cueva
perdida en medio de vete a saber dónde. Te recuerdo que nuestro hotel no está
en esta isla y que hemos venido en barco junto con el resto de turistas.
-No
llevamos ni tres días casados y ya me estás amargando la vida. Tú sígueme,
quién sabe, ¡quizás descubramos las ruinas de una civilización perdida!
Amanda
refunfuñó para sus adentros pero hizo caso a su marido y siguió sus pasos. En
la cueva había bastante humedad, por lo que ella creía que estaban dirigiéndose
a algún lago. Tal vez un paraíso tropical que Miguel había descubierto gracias
a google y la estaba llevando al verdadero destino de la Luna de Miel. Amanda
era una chica simple, que no tenía apenas quebraderos de cabeza y su mundo se
limitaba a girar alrededor de Miguel. Algunos la podrían acusar de llevar una
vida bastante vacía, pero lo cierto es que Amanda era muy feliz.
-El
camino empieza a iluminarse, creo que estamos llegando a la salida.
-Espero
que haya valido la pena. Las vistas no han sido muy agradables de momento.
Poco
había que contar sobre lo que habían visto hasta entonces, salvo paredes de
piedra, musgo y tierra. Crack.
-Espera,
Miguel, creo que he pisado algo. Alumbra mis pies.
-¿Una
flecha?
Amanda
se agachó y recogió el artefacto que había pisado. El torso, que era de madera,
se había resquebrajado. Tenía una serie de runas grabadas en la piedra, que
estaba muy afilada.
-¿Qué
pinta una flecha en medio de este lugar? Ay Miguel, vámonos. Me da igual la
sorpresa que me tengas preparada. Estoy segura que hay animales salvajes y esto
debe ser de algún cazador nativo.
-¿Puedes
dejar de ser tan miedica y pesimista?—Miguel se acercó a Amanda y la cogió de
ambas manos. La linterna alumbraba hacia arriba, al rostro del chico—Confía en
mí, no nos va a pasar na…
Fue
como un silbido. Amanda no tuvo siquiera tiempo a pestañear que de pronto tenía
toda la cara pintada de rojo. La sangre de Miguel caía a borbotones de la
garganta, que había sido atravesada por una flecha. El rosto de su marido,
desencajado, se había quedado grabado en la mente de Amanda para toda la
eternidad.
-Dios,
no… no quería… No sabía…
El
pánico se había apoderado de Amanda. No pensó en coger la linterna y alumbrar
al dueño de esa voz. Ni tan siquiera pensó en gritar y pedir ayuda, ni en
buscar el mínimo sentido a lo que estaba pasando. El pánico le decía que debía
correr, hacia adelante, sin mirar atrás, y sus piernas no dudaron un segundo en
hacer lo que el miedo le ordenaba. Así que ella corrió, en la oscuridad,
arañando su piel contra la fría pared, sin mirar atrás. Amanda corrió durante
horas hasta que se dio cuenta que se había perdido. Aquello no era una simple
cueva, era un laberinto, del que iba a ser muy difícil encontrar la salida.
De la vuelta al
casette y presione play.
CARA B.
XXIII. Tan solo le quedaban tres
flechas y ya llevaba un par de días que no lograba alcanzar sus objetivos y no
tenía nada que llevarse a la boca. Malditas
liebres, pensó, son terriblemente
escurridizas. Una vez vio un ciervo, pero no se atrevió a dispararle. Claro
está, solo llevaba cuatro días perdido por aquel entonces, y creía que no iba a
tener que recurrir a tales artimañas. Lamentablemente se equivocó, y ya llevaba
23 días perdido en medio del bosque y nadie había venido en su búsqueda.
Durante esos días su dieta había sido a base de pájaros comunes y alguna liebre
ocasional. No entendía como nadie lo había rescatado aún. ¿Tal vez este bosque
era indetectable? El caso era que no había sido capaz de salir de ahí. Como si
el propio bosque estuviera rodeado de alguna fuerza misteriosa que lo alejaba
del mundo exterior. Pero eso no podía ser posible, las brujas se extinguieron de
Corintia hace más de 200 años, y ya corremos por el siglo XIV.
-Eeeeeeeeeoooooooooooooooo.
Eeeeeeeeeoooooooooooooooo. ¡Eco! Estaba llegando a un
rincón no explorado, tal vez aún había esperanza para él. Debía haberla, no
dejaba de repetirse, él no era más que un simple arquero aficionado por la
caza, aventurero que aún no había llegado al vigésimo tercer aniversario de su
nombre. Tenía que ser capaz de regresar a Corintia, llenarse el estómago y
conquistar a la moza de sus sueños. Aún le quedaban muchas canciones que
cantar. Tras media hora andando, vio un pequeño lago enfrente de lo que parecía
una cueva. La salida, pensó. Se
adentró en el pequeño túnel de piedra y a los pocos metros empezó a escuchar
unos ruidos. Era incapaz de entender lo que estaban diciendo, pero sabía
distinguir que eran la voz de un hombre y una mujer. Suenan como yo, pero no hablan como yo… ¡Brujas! No podía ser de otra forma. Las brujas se habían
escondido por 200 años en ese bosque, y él estaba a punto de descubrirlos. Cogió
el arco y cargó una flecha, avanzando mientras apuntaba a la nada con el arco. Fiuuuuuu. Sin querer se le escapó una de
las flechas, dejándola por perdida en medio de la nada. Estaba demasiado oscuro
como para saberlo con certeza, pero no dejaba de andar en círculos. Volvió a
oír las voces, así que se guió por ellas y empezó a seguirlas, empuñando una
nueva flecha. Cuando vislumbró una silueta, pronunciando esas extrañas
palabras, disparó sin titubear. No tardó en descubrir su error. El rostro
iluminado de la segunda silueta no era para nada el de una bruja. No había
signos de la edad, ni verrugas ni putrefacción. Vestía de forma extraña, pero
no tenía la apariencia de una bruja.
-Dios,
no… no quería… No sabía…
No
pudo hacer nada. La otra silueta salió corriendo. Observó cómo se desplomaba el
hombre que acababa de matar, iluminado por un artefacto extraño. Deben ser brujas. ¿Qué otra explicación
había? Ningún ser mortal era capaz de crear un artilugio como ese, que pudiera iluminar
una habitación entera. No pasa nada,
tranquilo, nadie te va a castigar por esto. Te van a conmemora, has matado a un
brujo y ahora vas a ir por la otra.
XXVI. Llevaba tres días –o eso le
había parecido-- vagando por esos túneles y no había ni rastro de la otra
bruja. Ni tampoco había conseguido encontrar la salida. Si fue capaz de volver
a dónde había dejado el cuerpo inerte del hombre. Supo que era ese lugar porque
encontró el extraño artefacto diabólico, pero el cuerpo había desaparecido. Se lo habrán comido las otras brujas.
Malditas caníbales. Dios, estoy muerto de hambre. Lo estaba, y apenas tenía
fuerzas para mantenerse en pie, pero debía resistir y encontrar la manera de
volver a Corintia. No se sabe si pasaron horas, días o tan solo unos minutos.
Pero los túneles volvieron a iluminarse y empezó a notar como el aire corría
más fresco. La salida, por fin. Salió
gateando, con las fuerzas ya flaqueando y dejó que el sol le iluminara la cara.
-¡Pon
las manos en alto!
-¡Deja
el arma!
Había
varios hombres delante de él, apuntándole con otro artefacto presuntamente
diabólico, hablando en ese extraño lenguaje. Las brujas me han rodeado y tan solo me queda una flecha. Si voy a
morir, al menos me llevaré por delante a uno de ellos. Hizo amago de coger
su última flecha y cargarla en el arco, pero uno de los hombres fue más rápido
que él y utilizó el artefacto diabólico, que le atravesó el corazón. Mierda… parece ser que no volveré a Corintia.
-¡Jefe!
Está muerto, no vamos a poder saber qué ha pasado.
-¿Por
qué va así vestido? Parece sacado del cuento de Robin Hood.
-Qué
más da. Es evidente que ha sido el asesino de esa pobre pareja. Seguramente uno
de esos locos jugadores de rol.