-A mí también me encanta el café.--y tomó un sorbo de su mocca blanco.
Me sonrió. Esa chica necesitaba urgentemente una ortodoncia. Y encima, amarillos.
-¿Sabes qué me gusta a mí?
Levantó la mirada, esperando respuesta.
-Tu sonrisa.
Se sonrojó.
-Gracias. La tuya también es muy bonita.--e hizo más amplia su sonrisa. Por Dios, claro que la mía es bonita. ¿Te das cuenta del dinero que he invertido en mi dentadura? Si no fuera por como acabaron las cosas, te hubiera dado la tarjeta de mi dentista. Aunque no sé si una pobretona como tú hubiese podido permitirselo.
-No me creo que no tengas éxito con los chicos. Tu belleza es digna de admirar.--Digna de admirar en el museo de los horrores. Ella se ruborizó.--Tienes unos ojos grandes y expresivos, y una naricita la mar de cuca.
-Oh, por favor, para, no mientas de esa forma.
Pues claro que te estaba mintiendo. ¿Es que no te ves al espejo? ¿O se te han roto todos?
-¿Quieres ir a dar una vuelta? O, si lo prefieres, podemos ir a mi piso. No vivo muy lejos de aquí.
-Bueno... si no hay que caminar mucho...
Dudaba un poco. Solo faltaba que la muy fea fuese virgen. Aún a día de hoy tengo dudas de si lo era o no.
-Si quieres te puedo llevar en brazos.--Reí falsamente. Suerte que no lo hice, me hubiese roto los brazos de tan solo llevarla unos segundos. Solo le faltaba decir “muuuuu”.
Salimos del establecimiento y le cogí tímidamente de la mano, y luego le sonreí. ¡Zas! Directo a su estúpido cerebro. Estaba más que cazada. Menuda facilona. Demasiado. Pero aquel día era un día especial. Algo inusual. No suelo buscar chicas así. Aunque al fin y al cabo, todas son iguales. En unos cinco minutos llegamos a mi piso provisional del mes. Decidí que aquel día fuese el último de alquilarlo. Tocaba mudarse a otro sitio. Le enseñé mi colección de discos y se quedó totalmente impresionada.
-Nunca había tenido una cita por San Valentín, ¿sabes?
Seguramente a todos los tios con los que quedaba les decía lo mismo. “Nunca nadie me hace caso”. El típico truco de ir de fea –que lo era-- sin suerte para cazar a cualquier pardillo. El problema es que aquí la pardilla era ella. Yo era un depredador que estaba a punto de tomar a su presa. La llevé con cautela a la habitación y la besé. Movió su boca con torpeza y su lengua tenía un sabor extraño. Qué horror. No se me iba a subir hasta que no empezara la acción. Paré.
-Eres una jodida puta.
Se quedó petrificada, con una sonrisa medio tonta y la mirada estupefacta.
-¿Qué?
-Que eres una jodida puta. ¿Que no ligas? ¿Que eres fea? ¡Claro que lo eres! Pero deja de usar ese sucio truco para ligar con la gente.--me acerqué a ella y la cogí por el pescuezo.--Tengo ganas de correrme, ¿entiendes? Y follar contigo de manera tradicional, no va a ayudarme.
Gemía. La estaba asfixiando, poco a poco. No dejaba de moverse e intentar librarse de mí, pero no tenía escapatoria. La eché contra la pared, donde se dio un golpe en la cabeza, y la dejó medio aturdida. Empecé a desnudarla mientras intentaba mirar a otro lado. Tenía un cuerpo feo y mal cuidado, y totalmente desproporcionado. Me puse encima de ella y saqué la navaja del pantalón. Se lo clavé en la teta derecha.
-¿Duele?--no paraba de gritar. Estaba retorciéndose de dolor. Tenía las mejillas inundadas en lágrimas. Sufrimiento. Eso sí daba efecto. Me desabroché la cremallera del pantalón y me bajé los calzoncillos. Mientras retorcía el cuchillo dentro de su herida, me introduje dentro de ella. Evidentemente, ella no lo disfrutó tanto como yo, pero creo que fue un buen polvo. Me levanté de encima de ella y me subí la cremallera. Ella empezó a moverse torpemente, cayéndose de la cama.
-¿A dónde crees que vas, maldita zorra? Aún no he terminado.
Le pisotee la cara mientras ella no dejaba de llorar. Otra erección.
-Quién me iba a decir que fueses tan jodidamente buena. Y encima gratis. Pero creo que no te mereces más de mi preciado tiempo.
Saqué el cuchillo de su pecho y le rebané el cuello. Me salpicó toda la cara. Sucia hasta el final. Me tomé la libertad de darme una ducha. Luego volví hacia la habitación y cogí un papel del bloc de notas. “Feliz San Valentín”, escribí. Y lo dejé encima de su cuerpo desnudo. Juré que sería la última vez que celebraba tal fiesta.