domingo, 21 de septiembre de 2008

Hypocrisy

Un día como cualquier otro. O eso quiere pensar la mayoría de la población. Lo cierto es, que les importa, esperan a su ser querido con su ofrenda material. Mi trabajo es llevar siempre puesta esta mascara, integrarme, ser parte de lo que la sociedad considera normal, así pues, ¿por qué no celebrarlo? No suelo utilizar mucho internet, ni mucho menos paginas de citas a ciegas, pero aquel día era una ocasión especial. Chequeé varios anuncios y me fijé en los de chicas con el perfil de frágiles, poco agraciadas y primerizas. Me he olvidado del nombre de la chica con la que quedé, pero creo que era bastante ridículo y recuerdo que mientras realizaba mi obra de arte, retozaba en mi cabeza alguna que otra rima estúpida con su nombre. Contesté a su anuncio y le mandé mi dirección de correo electrónico. Un par de emails y una conversación por teléfono bastaron para sacarle una cita ese mismo día. Cuando quiero puede ser realmente encantador. El que fuera una chica fácil y desesperada también ayudó mucho. Elegí quedar en un Starbucks. ¿Qué? Me encanta el café. Me hace muy humano.

-A mí también me encanta el café.--y tomó un sorbo de su mocca blanco.

Me sonrió. Esa chica necesitaba urgentemente una ortodoncia. Y encima, amarillos.

-¿Sabes qué me gusta a mí?

Levantó la mirada, esperando respuesta.

-Tu sonrisa.

Se sonrojó.

-Gracias. La tuya también es muy bonita.--e hizo más amplia su sonrisa. Por Dios, claro que la mía es bonita. ¿Te das cuenta del dinero que he invertido en mi dentadura? Si no fuera por como acabaron las cosas, te hubiera dado la tarjeta de mi dentista. Aunque no sé si una pobretona como tú hubiese podido permitirselo.

-No me creo que no tengas éxito con los chicos. Tu belleza es digna de admirar.--Digna de admirar en el museo de los horrores. Ella se ruborizó.--Tienes unos ojos grandes y expresivos, y una naricita la mar de cuca.

-Oh, por favor, para, no mientas de esa forma.

Pues claro que te estaba mintiendo. ¿Es que no te ves al espejo? ¿O se te han roto todos?

-¿Quieres ir a dar una vuelta? O, si lo prefieres, podemos ir a mi piso. No vivo muy lejos de aquí.

-Bueno... si no hay que caminar mucho...

Dudaba un poco. Solo faltaba que la muy fea fuese virgen. Aún a día de hoy tengo dudas de si lo era o no.

-Si quieres te puedo llevar en brazos.--Reí falsamente. Suerte que no lo hice, me hubiese roto los brazos de tan solo llevarla unos segundos. Solo le faltaba decir “muuuuu”.

Salimos del establecimiento y le cogí tímidamente de la mano, y luego le sonreí. ¡Zas! Directo a su estúpido cerebro. Estaba más que cazada. Menuda facilona. Demasiado. Pero aquel día era un día especial. Algo inusual. No suelo buscar chicas así. Aunque al fin y al cabo, todas son iguales. En unos cinco minutos llegamos a mi piso provisional del mes. Decidí que aquel día fuese el último de alquilarlo. Tocaba mudarse a otro sitio. Le enseñé mi colección de discos y se quedó totalmente impresionada.

-Nunca había tenido una cita por San Valentín, ¿sabes?

Seguramente a todos los tios con los que quedaba les decía lo mismo. “Nunca nadie me hace caso”. El típico truco de ir de fea –que lo era-- sin suerte para cazar a cualquier pardillo. El problema es que aquí la pardilla era ella. Yo era un depredador que estaba a punto de tomar a su presa. La llevé con cautela a la habitación y la besé. Movió su boca con torpeza y su lengua tenía un sabor extraño. Qué horror. No se me iba a subir hasta que no empezara la acción. Paré.

-Eres una jodida puta.

Se quedó petrificada, con una sonrisa medio tonta y la mirada estupefacta.

-¿Qué?

-Que eres una jodida puta. ¿Que no ligas? ¿Que eres fea? ¡Claro que lo eres! Pero deja de usar ese sucio truco para ligar con la gente.--me acerqué a ella y la cogí por el pescuezo.--Tengo ganas de correrme, ¿entiendes? Y follar contigo de manera tradicional, no va a ayudarme.

Gemía. La estaba asfixiando, poco a poco. No dejaba de moverse e intentar librarse de mí, pero no tenía escapatoria. La eché contra la pared, donde se dio un golpe en la cabeza, y la dejó medio aturdida. Empecé a desnudarla mientras intentaba mirar a otro lado. Tenía un cuerpo feo y mal cuidado, y totalmente desproporcionado. Me puse encima de ella y saqué la navaja del pantalón. Se lo clavé en la teta derecha.

-¿Duele?--no paraba de gritar. Estaba retorciéndose de dolor. Tenía las mejillas inundadas en lágrimas. Sufrimiento. Eso sí daba efecto. Me desabroché la cremallera del pantalón y me bajé los calzoncillos. Mientras retorcía el cuchillo dentro de su herida, me introduje dentro de ella. Evidentemente, ella no lo disfrutó tanto como yo, pero creo que fue un buen polvo. Me levanté de encima de ella y me subí la cremallera. Ella empezó a moverse torpemente, cayéndose de la cama.

-¿A dónde crees que vas, maldita zorra? Aún no he terminado.

Le pisotee la cara mientras ella no dejaba de llorar. Otra erección.

-Quién me iba a decir que fueses tan jodidamente buena. Y encima gratis. Pero creo que no te mereces más de mi preciado tiempo.

Saqué el cuchillo de su pecho y le rebané el cuello. Me salpicó toda la cara. Sucia hasta el final. Me tomé la libertad de darme una ducha. Luego volví hacia la habitación y cogí un papel del bloc de notas. “Feliz San Valentín”, escribí. Y lo dejé encima de su cuerpo desnudo. Juré que sería la última vez que celebraba tal fiesta.


miércoles, 17 de septiembre de 2008

Untitled

Y se vació la cabeza. Dejó atrás cualquier esperanza y empezó a caminar hacia delante con la única pertenencia que quería conservar. Su oso de peluche, un ser inanimado del cual había recibido el único amor que le habían dado. Y llegó a una habitación fría, mohosa y dejada, y sintió que ese era su lugar. Y acurrucándose en una esquina, apretando contra su pecho el oso, empezó a llorar. Y lloró y lloró, dia sí y dia también. Sola, hasta que alguien interrumpió su soledad. Se sentó en la otra esquina horizontal de la habitación y se acurrucó apretando un conejito que tenía entre sus brazos. Ella levantó la mirada, odiándole, porque se había atrevido a irrumpir en su lugar. Porque creía que solo le pertenecía a ella. Él la miró también, pero con mirada calmada y sonriendo. Y le preguntó:
-¿Qué haces?
-Morirme.--contestó ella--¿Y tú?
-Renacer.--y volvió a sonreirle.
-¿Entonces ya moriste una vez?
-Sí. Ya he dejado atrás mi vida anterior, y he venido a encontrar paz para una nueva vida.
-¿Mejor?--preguntó ella, curiosa e incorporando su cuerpo hacia delante.
-No lo sé.
-Que estúpido... quizás tu vida anterior resulte ser mejor.--dijo perdiendo todo el interés y volviendo a su posicion inicial. Él simplemente, sonrió.
Pasaron horas, quizás días, los dos cada uno en su rincón, mirándose, sin decir palabra, hasta que él se incorporó y empezó a cavar con las manos. Al acabar el agujero, dejó dentro a su conejito, y lo enterró.
-¿Por qué has hecho eso?
-Ya he renacido.
La chica volvió a coger interés. ¿Podría ella dejar atrás su pasado y empezar de nuevo? ¿Podría ser que al final del túnel, hubiera una nueva puerta?
El chico le dio la espalda y empezó a irse. Ella se levantó de su lugar, tirando al oso de peluche y acercandose a él con rapidez para agarrarle del brazo.
-¿Cómo es morirse?--dijo, agitándolo con fuerza--Dime, ¿cuanto tiempo tengo que estar muriéndome para volver a nacer?
-Si te cuento el final, la historia pierde belleza.--y él la soltó con delicadeza.
-¿Yo también puedo renacer? ¿Podré?
Él no dijo nada. Sonrió y se marcho. Ella volvió a su rincón, pero esta vez sin coger a su oso, y empezó a mecerse. Pasaron horas y más horas, pero ella no tocó a su oso, tan solo pensaba en renacer, terminar de morir y empezar de nuevo. Llegó la hora en que sintió que ese era su momento y salió corriendo de la habitación, olvidándose de despedirse de su oso, al cual hasta hace poco consideraba su único amigo. Y ella volvió a ver la luz del dia, respirar el aire fresco... Se sintió viva. Feliz. Minutos después, algo empezó a oprimir su pecho, su corazón, haciendola caer al suelo y cerrar los ojos para siempre.
Él volvió a la habitación en busca del oso de peluche. Lo abrazó y empezó a cavar un agujero. Luego lo depositó en él y salió de la habitación. Volvió a donde estaba la chica y la miró. Esta vez su mirada no era calmada, amigable. Era superior.
-Estúpida.

domingo, 14 de septiembre de 2008

IV

Capítulo sin terminar. Ya.. continuaré xD


Freyr había ido a recoger de la escuela a Minerva. Estaban paseando por una de las viejas calles de Paris cuando dislumbraron una enmarañada manada de perros que se disputaban el hueso de una costilla. Un cachorro, joven y escuálido, con una mancha blanca sobre su cabeza marrón, gimoteaba junto al resto del grupo, incapaz de competir con el resto de perros más grandes. Minerva, apenada por el perrito, sacó de su bolsa la merienda y le echó un par de tostadas. El cachorrito meneó la cola al recibir el regalo y después se puso a seguir a Minerva mientras realizaba su paseo con Freyr.


Cuando llegaron a la cafetería, Minerva entró a por un bol de leche para poder traersela al perrito.

-¿Me lo puedo quedar, Freyr?

-No podemos tener un perro revoloteando por la cafetería, pero podemos ocuparnos que tenga algo que comer cada día.

Minerva sonrió y salió nuevamente a la calle con el bol lleno de leche. Al salir vio al perrillo jugando cerca de las botas brillantes de un apuesto joven, que por su apariencia, parecía bastante adinerado. Iba cogido de una chica, también joven y de buena apariencia, seguramente su pareja. Ambos miraban con descontento al cachorrito que no dejaba de moverse entre las piernas de la pareja, alegre y moviendo su cola.

-¡Ven aquí!--gritaba Minerva, pero el animal no le hacía caso. Este empezó a escarbar en la tierra del suelo con ambas patas delanteras, mientras con el lomo rozaba una de las piernas del chico--. ¡Ven aquí!--volvió a mascullar.

El joven miró hacia abajo. Levantó el pie y puso la pesada bota sobre el lomo del perro con un rápido y compacto movimiento realizado en un abrir y cerrar de ojos. Se produjo un crack de huesos astillados y un chillido apagado; el perrito se agitó en el suelo, hasta que el joven levantó el pie y le aplastó el cráneo.

Minerva exclamó un grito agudo dejando caer el bol, que estalló en mil pedazos, mientras el joven miraba el cuerpo con aire despreocupado, y después deslizó sus ojos sin brillo hacia el horrorizado rostro de Minerva. La oscura mirada --sin trazas de remordimiento-- se apoderó de ella. Freyr salió a la calle tras haber oído el grito de Minerva. Contempló el cuerpo sin vida del animal hasta que su mirada se cruzó con los ojos mortecinos y fríos del joven y también con una ligera sonrisa que cruzaba su rostro.

"Ya no puedes hacer nada por él, --parecía decir la mirada--. ¿A quién le importa?"

Freyr le devolvió una mirada llena de odio y rencor, y Minerva hundió su rostro en el cuerpo de Freyr, inundándolo en lágrimas.

-¿Pero qué has hecho? Solo era un pobre chucho abandonado, con un leve golpe habría bastado para asustarlo --la chica despegó su cuerpo del joven, asqueada por la situación, y se llevó sus manos a la boca, aguantándose las ganas de vomitar-- ¡Estás loco! --y se alejó de la escena.

Al joven no pareció importarle que su chica lo abandonara, "Será por mujeres", pensó, así que siguió su rumbo hacia delante. Pasó por el lado de Freyr, el cual no dejaba de mirarlo con repugnancia.

-¿Algun problema, burguesito?--y el joven escupió a los pies de Freyr, y siguió andando con aires de superioridad, hasta que escapó del campo de visibilidad de Freyr.

Mandó a Minerva a casa a descansar mientras él recogía el cuerpo sin vida del cachorro y lo enterraba en un lugar apartado.


A eso de media noche, la campanilla de la puerta volvió a sonar. No obstante, esta vez no era un alma descarriada en busca de ayuda. Alguien lo había conducido hasta allí. La cafetería estaba a oscuras con una sola vela encima de una de las mesas. Allí se encontraba sentado Freyr, con la cabeza apoyada en una de sus manos, mientras con la otra sostenía un colgante plateado por encima de la luz de la vela.

-¿Por qué estoy aquí?--era el joven de esa tarde.

Frery cerró la mano con la que sujetaba el colgante con tanta fuerza que empezó a sangrar. Luego la vela se apagó, dejando la estancia a oscuras.

-Yo te he llamado.

La puerta se cerró de un golpe seco. El joven se dio la vuelta y buscó a tientas el pomo. Tiró de él con todas sus fuerzas, pero la puerta no se abrió.

-¿Qué narices está pasando aquí?--gritaba desesperado--¡No entiendo nada!

-He de darte un mensaje.

-¿Un mensaje?

-Vasir Sombris, feata concordin.

El joven empezó a retorcerse de dolor, tirándose al suelo. Cientos de mordeduras empezaron a aparecer por todo el cuerpo. Las marcas eran pequeñas, pero profundas. Similares a las que dejaría la dentadura de un cachorro bien afilada. Freyr caminó hacia él y encendió de nuevo la vela, poniendola cerca del rostro del joven. Al hacerse de nuevo la luz, se vio a Freyr sujetando en sus brazos a un pequeño animal.

-¿Te suena mi amigo?

Y el pequeño cachorro saltó a la yugular del joven mientras el rostro se le desencajaba. Freyr apagó la vela y dejó caer la cera ardiendo encima del cuerpo. Y mientras este se retorcía de dolor por el suelo, sus huesos uno a uno iban quebrándose, hasta que Freyr aplastó su cráneo con numerosos pisotones.

-Mulveiz-nei cenit drenisend.--las luces se encendieron a la vez que el cuerpo del perro se desvanecía, viendo como este movía alegremente su cola. Luego dirigió su mirada al joven ya sin vida y se encongió de hombros.--¿A quién le importa?

Se cargó el cuerpo a los hombros y lo depositó en una esquina para que lo recogiera el basurero. Al volver a la cafetería se percató que no estaba solo. Un viejo conocido le esperaba dentro.

-Cuanto tiempo.

-Hola, Heimdall.