domingo, 21 de septiembre de 2008

Hypocrisy

Un día como cualquier otro. O eso quiere pensar la mayoría de la población. Lo cierto es, que les importa, esperan a su ser querido con su ofrenda material. Mi trabajo es llevar siempre puesta esta mascara, integrarme, ser parte de lo que la sociedad considera normal, así pues, ¿por qué no celebrarlo? No suelo utilizar mucho internet, ni mucho menos paginas de citas a ciegas, pero aquel día era una ocasión especial. Chequeé varios anuncios y me fijé en los de chicas con el perfil de frágiles, poco agraciadas y primerizas. Me he olvidado del nombre de la chica con la que quedé, pero creo que era bastante ridículo y recuerdo que mientras realizaba mi obra de arte, retozaba en mi cabeza alguna que otra rima estúpida con su nombre. Contesté a su anuncio y le mandé mi dirección de correo electrónico. Un par de emails y una conversación por teléfono bastaron para sacarle una cita ese mismo día. Cuando quiero puede ser realmente encantador. El que fuera una chica fácil y desesperada también ayudó mucho. Elegí quedar en un Starbucks. ¿Qué? Me encanta el café. Me hace muy humano.

-A mí también me encanta el café.--y tomó un sorbo de su mocca blanco.

Me sonrió. Esa chica necesitaba urgentemente una ortodoncia. Y encima, amarillos.

-¿Sabes qué me gusta a mí?

Levantó la mirada, esperando respuesta.

-Tu sonrisa.

Se sonrojó.

-Gracias. La tuya también es muy bonita.--e hizo más amplia su sonrisa. Por Dios, claro que la mía es bonita. ¿Te das cuenta del dinero que he invertido en mi dentadura? Si no fuera por como acabaron las cosas, te hubiera dado la tarjeta de mi dentista. Aunque no sé si una pobretona como tú hubiese podido permitirselo.

-No me creo que no tengas éxito con los chicos. Tu belleza es digna de admirar.--Digna de admirar en el museo de los horrores. Ella se ruborizó.--Tienes unos ojos grandes y expresivos, y una naricita la mar de cuca.

-Oh, por favor, para, no mientas de esa forma.

Pues claro que te estaba mintiendo. ¿Es que no te ves al espejo? ¿O se te han roto todos?

-¿Quieres ir a dar una vuelta? O, si lo prefieres, podemos ir a mi piso. No vivo muy lejos de aquí.

-Bueno... si no hay que caminar mucho...

Dudaba un poco. Solo faltaba que la muy fea fuese virgen. Aún a día de hoy tengo dudas de si lo era o no.

-Si quieres te puedo llevar en brazos.--Reí falsamente. Suerte que no lo hice, me hubiese roto los brazos de tan solo llevarla unos segundos. Solo le faltaba decir “muuuuu”.

Salimos del establecimiento y le cogí tímidamente de la mano, y luego le sonreí. ¡Zas! Directo a su estúpido cerebro. Estaba más que cazada. Menuda facilona. Demasiado. Pero aquel día era un día especial. Algo inusual. No suelo buscar chicas así. Aunque al fin y al cabo, todas son iguales. En unos cinco minutos llegamos a mi piso provisional del mes. Decidí que aquel día fuese el último de alquilarlo. Tocaba mudarse a otro sitio. Le enseñé mi colección de discos y se quedó totalmente impresionada.

-Nunca había tenido una cita por San Valentín, ¿sabes?

Seguramente a todos los tios con los que quedaba les decía lo mismo. “Nunca nadie me hace caso”. El típico truco de ir de fea –que lo era-- sin suerte para cazar a cualquier pardillo. El problema es que aquí la pardilla era ella. Yo era un depredador que estaba a punto de tomar a su presa. La llevé con cautela a la habitación y la besé. Movió su boca con torpeza y su lengua tenía un sabor extraño. Qué horror. No se me iba a subir hasta que no empezara la acción. Paré.

-Eres una jodida puta.

Se quedó petrificada, con una sonrisa medio tonta y la mirada estupefacta.

-¿Qué?

-Que eres una jodida puta. ¿Que no ligas? ¿Que eres fea? ¡Claro que lo eres! Pero deja de usar ese sucio truco para ligar con la gente.--me acerqué a ella y la cogí por el pescuezo.--Tengo ganas de correrme, ¿entiendes? Y follar contigo de manera tradicional, no va a ayudarme.

Gemía. La estaba asfixiando, poco a poco. No dejaba de moverse e intentar librarse de mí, pero no tenía escapatoria. La eché contra la pared, donde se dio un golpe en la cabeza, y la dejó medio aturdida. Empecé a desnudarla mientras intentaba mirar a otro lado. Tenía un cuerpo feo y mal cuidado, y totalmente desproporcionado. Me puse encima de ella y saqué la navaja del pantalón. Se lo clavé en la teta derecha.

-¿Duele?--no paraba de gritar. Estaba retorciéndose de dolor. Tenía las mejillas inundadas en lágrimas. Sufrimiento. Eso sí daba efecto. Me desabroché la cremallera del pantalón y me bajé los calzoncillos. Mientras retorcía el cuchillo dentro de su herida, me introduje dentro de ella. Evidentemente, ella no lo disfrutó tanto como yo, pero creo que fue un buen polvo. Me levanté de encima de ella y me subí la cremallera. Ella empezó a moverse torpemente, cayéndose de la cama.

-¿A dónde crees que vas, maldita zorra? Aún no he terminado.

Le pisotee la cara mientras ella no dejaba de llorar. Otra erección.

-Quién me iba a decir que fueses tan jodidamente buena. Y encima gratis. Pero creo que no te mereces más de mi preciado tiempo.

Saqué el cuchillo de su pecho y le rebané el cuello. Me salpicó toda la cara. Sucia hasta el final. Me tomé la libertad de darme una ducha. Luego volví hacia la habitación y cogí un papel del bloc de notas. “Feliz San Valentín”, escribí. Y lo dejé encima de su cuerpo desnudo. Juré que sería la última vez que celebraba tal fiesta.


miércoles, 17 de septiembre de 2008

Untitled

Y se vació la cabeza. Dejó atrás cualquier esperanza y empezó a caminar hacia delante con la única pertenencia que quería conservar. Su oso de peluche, un ser inanimado del cual había recibido el único amor que le habían dado. Y llegó a una habitación fría, mohosa y dejada, y sintió que ese era su lugar. Y acurrucándose en una esquina, apretando contra su pecho el oso, empezó a llorar. Y lloró y lloró, dia sí y dia también. Sola, hasta que alguien interrumpió su soledad. Se sentó en la otra esquina horizontal de la habitación y se acurrucó apretando un conejito que tenía entre sus brazos. Ella levantó la mirada, odiándole, porque se había atrevido a irrumpir en su lugar. Porque creía que solo le pertenecía a ella. Él la miró también, pero con mirada calmada y sonriendo. Y le preguntó:
-¿Qué haces?
-Morirme.--contestó ella--¿Y tú?
-Renacer.--y volvió a sonreirle.
-¿Entonces ya moriste una vez?
-Sí. Ya he dejado atrás mi vida anterior, y he venido a encontrar paz para una nueva vida.
-¿Mejor?--preguntó ella, curiosa e incorporando su cuerpo hacia delante.
-No lo sé.
-Que estúpido... quizás tu vida anterior resulte ser mejor.--dijo perdiendo todo el interés y volviendo a su posicion inicial. Él simplemente, sonrió.
Pasaron horas, quizás días, los dos cada uno en su rincón, mirándose, sin decir palabra, hasta que él se incorporó y empezó a cavar con las manos. Al acabar el agujero, dejó dentro a su conejito, y lo enterró.
-¿Por qué has hecho eso?
-Ya he renacido.
La chica volvió a coger interés. ¿Podría ella dejar atrás su pasado y empezar de nuevo? ¿Podría ser que al final del túnel, hubiera una nueva puerta?
El chico le dio la espalda y empezó a irse. Ella se levantó de su lugar, tirando al oso de peluche y acercandose a él con rapidez para agarrarle del brazo.
-¿Cómo es morirse?--dijo, agitándolo con fuerza--Dime, ¿cuanto tiempo tengo que estar muriéndome para volver a nacer?
-Si te cuento el final, la historia pierde belleza.--y él la soltó con delicadeza.
-¿Yo también puedo renacer? ¿Podré?
Él no dijo nada. Sonrió y se marcho. Ella volvió a su rincón, pero esta vez sin coger a su oso, y empezó a mecerse. Pasaron horas y más horas, pero ella no tocó a su oso, tan solo pensaba en renacer, terminar de morir y empezar de nuevo. Llegó la hora en que sintió que ese era su momento y salió corriendo de la habitación, olvidándose de despedirse de su oso, al cual hasta hace poco consideraba su único amigo. Y ella volvió a ver la luz del dia, respirar el aire fresco... Se sintió viva. Feliz. Minutos después, algo empezó a oprimir su pecho, su corazón, haciendola caer al suelo y cerrar los ojos para siempre.
Él volvió a la habitación en busca del oso de peluche. Lo abrazó y empezó a cavar un agujero. Luego lo depositó en él y salió de la habitación. Volvió a donde estaba la chica y la miró. Esta vez su mirada no era calmada, amigable. Era superior.
-Estúpida.

domingo, 14 de septiembre de 2008

IV

Capítulo sin terminar. Ya.. continuaré xD


Freyr había ido a recoger de la escuela a Minerva. Estaban paseando por una de las viejas calles de Paris cuando dislumbraron una enmarañada manada de perros que se disputaban el hueso de una costilla. Un cachorro, joven y escuálido, con una mancha blanca sobre su cabeza marrón, gimoteaba junto al resto del grupo, incapaz de competir con el resto de perros más grandes. Minerva, apenada por el perrito, sacó de su bolsa la merienda y le echó un par de tostadas. El cachorrito meneó la cola al recibir el regalo y después se puso a seguir a Minerva mientras realizaba su paseo con Freyr.


Cuando llegaron a la cafetería, Minerva entró a por un bol de leche para poder traersela al perrito.

-¿Me lo puedo quedar, Freyr?

-No podemos tener un perro revoloteando por la cafetería, pero podemos ocuparnos que tenga algo que comer cada día.

Minerva sonrió y salió nuevamente a la calle con el bol lleno de leche. Al salir vio al perrillo jugando cerca de las botas brillantes de un apuesto joven, que por su apariencia, parecía bastante adinerado. Iba cogido de una chica, también joven y de buena apariencia, seguramente su pareja. Ambos miraban con descontento al cachorrito que no dejaba de moverse entre las piernas de la pareja, alegre y moviendo su cola.

-¡Ven aquí!--gritaba Minerva, pero el animal no le hacía caso. Este empezó a escarbar en la tierra del suelo con ambas patas delanteras, mientras con el lomo rozaba una de las piernas del chico--. ¡Ven aquí!--volvió a mascullar.

El joven miró hacia abajo. Levantó el pie y puso la pesada bota sobre el lomo del perro con un rápido y compacto movimiento realizado en un abrir y cerrar de ojos. Se produjo un crack de huesos astillados y un chillido apagado; el perrito se agitó en el suelo, hasta que el joven levantó el pie y le aplastó el cráneo.

Minerva exclamó un grito agudo dejando caer el bol, que estalló en mil pedazos, mientras el joven miraba el cuerpo con aire despreocupado, y después deslizó sus ojos sin brillo hacia el horrorizado rostro de Minerva. La oscura mirada --sin trazas de remordimiento-- se apoderó de ella. Freyr salió a la calle tras haber oído el grito de Minerva. Contempló el cuerpo sin vida del animal hasta que su mirada se cruzó con los ojos mortecinos y fríos del joven y también con una ligera sonrisa que cruzaba su rostro.

"Ya no puedes hacer nada por él, --parecía decir la mirada--. ¿A quién le importa?"

Freyr le devolvió una mirada llena de odio y rencor, y Minerva hundió su rostro en el cuerpo de Freyr, inundándolo en lágrimas.

-¿Pero qué has hecho? Solo era un pobre chucho abandonado, con un leve golpe habría bastado para asustarlo --la chica despegó su cuerpo del joven, asqueada por la situación, y se llevó sus manos a la boca, aguantándose las ganas de vomitar-- ¡Estás loco! --y se alejó de la escena.

Al joven no pareció importarle que su chica lo abandonara, "Será por mujeres", pensó, así que siguió su rumbo hacia delante. Pasó por el lado de Freyr, el cual no dejaba de mirarlo con repugnancia.

-¿Algun problema, burguesito?--y el joven escupió a los pies de Freyr, y siguió andando con aires de superioridad, hasta que escapó del campo de visibilidad de Freyr.

Mandó a Minerva a casa a descansar mientras él recogía el cuerpo sin vida del cachorro y lo enterraba en un lugar apartado.


A eso de media noche, la campanilla de la puerta volvió a sonar. No obstante, esta vez no era un alma descarriada en busca de ayuda. Alguien lo había conducido hasta allí. La cafetería estaba a oscuras con una sola vela encima de una de las mesas. Allí se encontraba sentado Freyr, con la cabeza apoyada en una de sus manos, mientras con la otra sostenía un colgante plateado por encima de la luz de la vela.

-¿Por qué estoy aquí?--era el joven de esa tarde.

Frery cerró la mano con la que sujetaba el colgante con tanta fuerza que empezó a sangrar. Luego la vela se apagó, dejando la estancia a oscuras.

-Yo te he llamado.

La puerta se cerró de un golpe seco. El joven se dio la vuelta y buscó a tientas el pomo. Tiró de él con todas sus fuerzas, pero la puerta no se abrió.

-¿Qué narices está pasando aquí?--gritaba desesperado--¡No entiendo nada!

-He de darte un mensaje.

-¿Un mensaje?

-Vasir Sombris, feata concordin.

El joven empezó a retorcerse de dolor, tirándose al suelo. Cientos de mordeduras empezaron a aparecer por todo el cuerpo. Las marcas eran pequeñas, pero profundas. Similares a las que dejaría la dentadura de un cachorro bien afilada. Freyr caminó hacia él y encendió de nuevo la vela, poniendola cerca del rostro del joven. Al hacerse de nuevo la luz, se vio a Freyr sujetando en sus brazos a un pequeño animal.

-¿Te suena mi amigo?

Y el pequeño cachorro saltó a la yugular del joven mientras el rostro se le desencajaba. Freyr apagó la vela y dejó caer la cera ardiendo encima del cuerpo. Y mientras este se retorcía de dolor por el suelo, sus huesos uno a uno iban quebrándose, hasta que Freyr aplastó su cráneo con numerosos pisotones.

-Mulveiz-nei cenit drenisend.--las luces se encendieron a la vez que el cuerpo del perro se desvanecía, viendo como este movía alegremente su cola. Luego dirigió su mirada al joven ya sin vida y se encongió de hombros.--¿A quién le importa?

Se cargó el cuerpo a los hombros y lo depositó en una esquina para que lo recogiera el basurero. Al volver a la cafetería se percató que no estaba solo. Un viejo conocido le esperaba dentro.

-Cuanto tiempo.

-Hola, Heimdall.

viernes, 11 de abril de 2008

Origen.






    -Está todo en la sangre.

    Arisa enarcó una ceja.

    -Que yo dijera algo así, tendría sentido. Pero que lo digas tú... ¿Te has vuelto loco?

    -¿Qué tiene de malo la locura?--Vaalnard alzó una de sus manos hacia el cielo, extendiéndola, abriendo completamente la palma—Vivimos en un mundo en el cual necesitamos ser personas racionales para poder sobrevivir. ¿Sabes lo que es para mí rozar la locura? Tranquilidad. Un momento de respiro en el que, quizás, pueda ser yo mismo.

    -Eso no ha respondido a mi pregunta.

    -Sí lo ha hecho. Literalmente has dicho “¿Te has vuelto loco?”.

    -Entonces deberías haber respondido “No me he vuelto loco” o “Sí, me he vuelto loco”--Arisa sonrió pícaramente.

    -Y entonces tú me habrías preguntado el por qué, y yo hubiese respondido lo que ya he hecho. Aún te queda mucho para que puedas decir “el aprendiz supera al maestro”.

    -De acuerdo, de acuerdo. No soy tan viva como creía.--se puso a reir—He hecho un chiste sin darme cuenta, huh... viva.

    -Y lo estás. ¿Qué es lo que realmente nos hace estar vivos? ¿Tener un corazón que esté latiendo? No, Arisa. Mira a tu alrededor. Habrá montones de corazones latiendo y la mitad de ellos o incluso más, no se sentirán vivos. Piensa sobre ello.

    -Yo no soy una gran pensadora como tú. No me paso horas encerrada en una habitación meditando el por qué de cada cosa. Me rijo por instinto. Soy una persona de acción, Vaalnard.

    -No hace falta ser una gran pensadora. Meditar sobre mis actos no me impide ser un hombre de acción. Vivo el momento sabiendo realmente lo que hago. Ahora te pido que medites un momento, un solo instante, sobre lo que te he dicho. ¿Qué es lo que nos hace sentir vivos?

    -No quiero pensar en ello. Ya te he dicho que estoy muerta.

    -Yo sin embargo te veo aquí, delante mío, hablándome. Es cierto que tu corazón no palpita pero también lo es que tú cada día... experimentas algo nuevo. Sientes, aprendes... vives, a tu manera.

    -Bla bla bla... son palabras muy bonitas, de verdad. Pero ¿sabes? El vello de mi cuerpo no se eriza cuando tus manos recorren mi cuerpo. No me ruborizo ante palabras de amor ni mi respiración se entrecorta en momentos de tensión. No tengo un pulso que pueda acelerarse ni tan siquiera puedo sentir dolor cuando algun hueso de mi cuerpo se rompe. ¿Y no es eso lo que muchos de esos humanos desean? No sentir nada.

    -Pero tú no estás vacía. Tan solo te has librado de los despojos físicos.

    -Yo no los considero despojos.

    -Eso no cambia el hecho de que no estás vacía. ¿Qué pasaría si yo desapareciera?

    -No quiero pensar en ello.--agachó la cabeza, bajando la vista.

    Vaalnard se acercó a ella y la cogió por el mentón, levantándole la cara.

    -Mírame. ¿Qué pasaría? ¿De verdad no sentirías nada?

    -Per.. Perdería el norte. No estaría rozando la locura como tú, estaría completamente sumida en ella. Dejaría de estar completa.

    -¿Ves? Alguien muerto no le importaría que alguien desapareciera de su vida. La gente que nos rodea, los lugares que visitamos... todo esto es lo que nos hace estar vivos.

    -Pero yo sigo estando incompleta.

    -Me remito a lo que dije anteriormente. Todo está en la sangre.

    -Vale, ciñámonos a esa frase. Yo carezco de ella. No corre sangre por mis venas.

    -Y es lo que más deseas. No hay día que pase que no quieras un poco de ella.

    -Porque así me lo dice mi instinto. La necesito para sobrevivir.

    -¿Y nunca te has preguntado por qué? En ella está todo cuanto podamos desear. Ella es la vida, la que dirige nuestros instintos, la que da origen al amor. ¿O por qué te crees que simbolizamos el amor con el corazón? Porque es quién bombea la sangre. Es su olor el que nos hace traernos de cabeza. El origen está ahí, en la sangre. La cabeza, nuestros pensamientos, solo lo hacen crecer. Y las conexiones son algo así como las transfusiones de sangre. Aunque nosotros desearíamos poder donar sangre a todo aquel que lo necesitara, no es posible. Hay tipos que no son compatibles. Es por eso, que por mucho que anhelemos ser comprendidos por todos, solo unos cuantos llegarán a entendernos. Y tan solo a unos de esos pocos, llegaremos a entenderlos nosotros mismos.

    Vaalnard paró unos segundos.

    -Todo empezó con la sangre.

    -Quizás tengas razón. El O+ siempre me ha parecido más apetecible que el A-.

viernes, 14 de marzo de 2008

The morning never came III

Continuación de la historia de Freyr.






III




Freyr había decidido hacerse cargo de Minerva. No era más que una cría de quince años que había huido de casa. El mal nacido al que había matado la semana anterior era su propio padre. Su madre, que había estado viviendo en la ignorancia, no pudo soportar la triste realidad y se había sumido en la locura. Por suerte, Freyr disponía de buenos contactos y le habían hecho ingresar en un buen sanatorio. Así que, hasta que su madre pudiese volver a hacerse cargo de ella, él sería su tutor legal. Además, estaba la gran curiosidad que sentía Freyr por su gran parecido a su Minerva. Tenía un toque distinto, pero su voz era la misma. Y sus ojos... Ellos reflejaban la misma mirada de la Minerva de antaño.
-Mañana empezarás a ir al instituto.
-¡¿Qué?!--Minerva se encontraba apoyada encima de una mesa, jugando con uno de sus mechones.--Me niego. Yo quiero quedarme aquí, en la cafetería ayudando.
-He dicho que mañana empezarás el instituto y se acabó.--Freyr sonrió.
-. Podrás cautivar con esa sonrisa a los clientes pero a mí no me engañas. Eres un maldito demonio.
Freyr soltó una carcajada y terminó de limpiar los platos. Ella también era la única que podía ver mi auténtica naturaleza.
-Parece que hoy tendremos visita.
-¿También me vas a hacer quedarme en la sala de arriba para que no vea ni oiga nada?
-No. Puedes quedarte si ese es tu deseo.
A Minerva se le iluminaron los ojos de entusiasmo y saltó de la silla para irse corriendo a su lado.
-¿Puedo convertirme en tu ayudante?
-No. He dicho que puedes quedarte, no que quiera que una cría como tú sea mi ayudante.
-¡No soy ninguna cría!
-Me da igual. No necesito ayuda.
-Pero... necesito entretenerme. Lo he perdido todo.
El entusiasmo había desaparecido de su rostro para tornarse gris y apagado. Freyr la cogió de una de sus manos y la abalanzó hacia su pecho, estrechándola.
-Pero me has ganado a mí. A mí, y a mis deliciosos croisants. Sé que bajas por las noches y robas un par de la despensa.
Minerva se retiró de su lado, sonrojada.
-Te... ¿Te has dado cuenta?
-¿Se te ha olvidado que los hago yo mismo? Los tengo contados y recuerdo perfectamente cuantos vendo. No me subestimes... cría.
Ella se enojó dándole un pisotón en uno de sus pies y dándole la espalda. Para Freyr, tenerla ahí era como darle un soplo de aire fresco a su negra existencia. Como un último deseo antes de la esperada muerte.

-¿No te gustaría hacer alguna actividad extra? ¿Tocar algún instrumento?

Minerva se quedó pensativa unos instantes y luego alzó la vista, sonrojada.

-Bueno... siempre quise aprender a tocar el violín.

-El violín, ¿eh?--sonrió--¿Quieres escuchar una vieja historia?

Minerva se sentó con las piernas cruzadas sobre la barra y asintió, curiosa.



Las notas iban fluyendo a través de sus oídos, una detrás de otra. Era una melodía realmente triste pero no dejaba de ser preciosa. La pieza estaba siendo interpretada por una niña de unos doce años que cogía con gracia y elegancia un violín. Era de piel pálida y de mejillas pecosas. Su larga melena pelirroja le llegaba por la cintura y era bastante ondulada. Vestía un atuendo viejo y haraposo, de un blanco desgastado por el tiempo, pero pese al vestido, resultaba una niña preciosa. Freyr la observaba desde lo alto de un andamio, mientras veía a la gente pasar alrededor de la niña. Unos se paraban a escucharla mientras dejaban una moneda dentro de la caja de madera que había a sus pies descalzos. Otros simplemente pasaban de largo y algunos se sentaban a terminar de escuchar tocar a la niña. Hubo uno en concreto que una vez hubo terminado la pieza, se acercó a ella para hacerle unas preguntas.

-¿Cuantos años tienes?

Era un hombre de mediana edad, con alguna que otra cana en su cabello y barba. Vestía con un elegante traje marrón y en una de sus manos aguantaba un sombrero de copa.

-Doce.

-¿Y tus padres?

-No lo sé.

-¿Tienes hambre? ¿Quieres que te lleve a comer algo?

La niña, que hasta entonces tenía los ojos cerrados, los abrió de par en par, mostrándole sus pupilas verdes.

-¿Qué clase de pregunta es esa? ¿No ves las pintas que llevo? Claro que tengo hambre.

Freyr no pudo evitar echar una carcajada al oír hablar tan descaradamente a la niña. El hombre, sin embargo, en vez de enojarse, sonrió amistosamente.

-Tienes razón, que descortés por mi parte. ¿Te apetece un buen pollo asado?

El hombre le tendió su mano derecha. Ella asintió con la cabeza y recogió la caja del suelo. Puso las pocas monedas obtenidas en un bolsillo y guardó el violín dentro de la caja. Después tomó la mano del amable desconocido.

-¿Quién te ha enseñado a tocar, pequeña?

-El diablo.

-Qué humor más sutil para la edad que tienes.

No obstante, Freyr paró mucha atención a la expresión que tenía la niña, que estaba completamente seria. Como estaba de paso por Londres, y no tenía nada mejor que hacer, Freyr decidió seguir a la pareja hasta el lugar dónde habían decidido comer. Era una posada corriente dónde por pocas monedas la niña podría comer hasta reventar. Se pidió un pollo enterito para ella, con un poco de patatas hervidas y diversas legumbres. Freyr se sentó dos mesas más alejados de ellos para observarles con prudencia.

-¿Desde cuando estás en las calles?

-Popo pa de un agno.--dijo con la boca llena. Tragó y volvió a hablar—Poco más de un año.

-¿Y cómo pasó eso? ¿Murieron tus padres?

-No. Dejé de serles útil.--bajó la mirada y la clavó en el pollo que siguió devorando con voracidad.

-Oh dios... ¿Pero qué clase de personas harían algo así?
-Tú. El anciano que está bebiendo agua en la fuente o la panadera de la esquina. Aquel perro que está husmeando en la hierba o incluso aquel inocente niño que está jugando con una pelota. La traición está presente en cada uno de nosotros, el mundo funciona así. Intercambio equivalente. Si no ven que pueden obtener algo a cambio, no hacen nada. Permanecen inertes a que las cosas cambien por sí solas.

El hombre bajó la mirada, horrorizado ante las palabras de la niña.

-No se preocupe. Ya he encontrado un camino que seguir.--y ladeó la cabeza echando una mirada rápida a la caja del violín. El hombre sonrió.

-Mi nombre es Jacob. ¿Cómo te llamas, pequeña?

-Eneka.

-Eneka, come tanto como desees. Tengo una oferta que hacerte. No podría pagarte porque no soy un hombre con altos ingresos, pero podría ofrecerte un techo, ropa, comida... una familia, a cambio que toques el violín en nuestras cenas y juegues con mis dos hijas.

Terminó el pollo y se limpió con una servilleta.

-Muchas gracias.

Siguieron hablando de cosas triviales mientras tomaban un trozo de tarta de manzana. Una vez hubieron terminado, Jacob se acercó a la barra y pagó al tabernero. Cogió por la mano a la recién adoptada Eneka y salieron de la taberna, en dirección a una posada donde pasar la noche, puesto Jacob no era de la capital y habían decidido partir al amanecer.

Freyr no decidió seguirles, puesto el hombre parecía de buena fe y no había visto malas intenciones en él. Quedaba poca gente así en el mundo y Eneka realmente había tenido mucha suerte. No obstante, el azar – o más bien el hecho que escaseaban las posadas baratas en la capital y Freyr no disponía de mucho capital – hizo que se alojaran los tres en la misma posada. Freyr se cruzó con Jacob en el vestíbulo, mientras firmaba y pagaba por adelantado. La posada era bastante pequeña y muy acogedora, pero a causa de su diminuto tamaño, había pocas habitaciones y las de la pareja y Freyr eran contiguas.

Freyr estaba algo cansado así que se fue a dormir sin cenar. A media noche se despertó al oir la melodía del violín. ¿Eneka tocando a estas horas? Era una melodía vibrante, exaltante, te hacía sentir vivo, con ganas bailar. De abrir de par en par las ventanas y gritarle al aire que seguías ahí. Luego un grito, flojo, casi imperceptible por el oído humano, pero no para Freyr. Se alzó de la cama en la que reposaba y llamó a la puerta de los vecinos.

toc toc

Dos leves golpecitos valieron para saber que la puerta estaba abierta. Freyr la entreabrió un poco y entró en la estancia. Allí se encontraba Eneka postrada en la ventana mientras nos deleitaba con el violín. El viento hacía mover sus cabellos con brusquedad, dándole así una imagen poderosa e impactante.

Frente a ella estaba Jacob, sentado en un sillón, de espaldas a mi. Me acerqué para ver como se encontraba. Estaba tumbado en el sillón con los gestos desencajados y lo habían abierto completamente en canal. Le habían devorado las entrañas. Antes que Freyr pudiese abrir la boca, Eneka dio un brinco desde la ventana hasta el suelo y apuntó con el arco en dirección a él.

-No intentes cometer ninguna estupidez.

Freyr observó el arco del violín. La cuerda se había teñido de un rojo carmesí. Estaba claro que la había usado como arma. No obstante, ella estaba impune. No había ni una pequeña mancha de sangre en su piel ni en su vestido.

-¿Para quién trabajas?

Enarcó una ceja.

-¿Como dices? No trabajo para nadie.--contestó Eneka.

-Le han devorado las entrañas y tú no te las has comido. Es más, dudo que tú lo hayas abierto en canal. ¿Sólo lo has degollado verdad?

-Lo he matado yo. No era más que un viejo que iba a aprovecharse de mí.

-Ese hombre era un buen hombre, ¿sabías? De verdad te estaba ofreciendo un lugar en el mundo.

-Los humanos no merecen la pena. Son todos iguales.--se enfureció—No hacen más que traicionarse los unos a los otros. Engañan, roban, asesinan...

-No hace falta decir que tú eres una de ellas. ¿Tanto asco te das a ti misma?

-Tú no puedes entender el dolor de alguien como yo. Abandonada mezquinamente. Completamente sola vagando por las calles... ¡Él fue el único que se fijó en mí! Me arropó, me dio un nombre... Una razón para vivir.

-Te dio el violín. Y cada vez que lo tocas te sumes aun más bajo su control. Domina tus instintos y nubla tu capacidad para razonar. Pobre marioneta...

-¡Mientes!--hizó el arco haciéndole un leve rasguño en la mejilla a Freyr.--Lo hago para devolverle el favor. Él necesita de ellas... de sus almas para sobrevivir. Yo solo le ayudo en su camino.

-Está bien. Pero algún día también se apoderará de la tuya.

Freyr cerró los ojos del hombre y le dio la espalda a Eneka.

-¿No vas a hacer nada? ¡¿No vas a intentar detener esta masacre?!--le gritaba perpleja.

-No. No me das lástima alguna. Mereces seguir el camino que has elegido. Tú no eres más que un vulgar peón. A mí me interesa el rey.

Abandonó la estancia dejando a Eneka sumida en una gran confusión.




-¿Y no hiciste nada?

-No. No hice nada.

-Pero...--Minerva bajó la voz—Yo pensaba que tu trabajo era ayudar a las almas descarriadas, como la mía.

-Tu alma era libre. La suya ya tenía dueño, solo que ella no se había dado cuenta. El violín la había poseído por completo. Había hecho un trato con alguien.

-¿Descubriste quién?

-No.--Freyr bajó la mirada y pensó “algún sucio truco de Loki”.

-¿Entonces el violín puede tener ahora algún otro dueño?

-Es posible. ¿Te has decidido ya a tocar el violín?

Minerva se bajó de la barra de la cafetería y lo miró con timidez.

-La flauta también está bien, ¿no crees?

Freyr sonrió y le dio un leve golpecito en la cabeza.

Algún día la brisa desaparecerá... pensó.





lunes, 21 de enero de 2008

La melodía de los muertos

Escribí algo similar cuando hacía tercero de la ESO, no sé cuantos años hace de ello xD Pero el otro día hice una ilustración basada en esta historia, así que me apeteció volver a escribirla. Las rimas que hay escritas pertenecen a los cuentos de Mamá Ganso. Están traducidos del inglés, y mis traducciones son muuuuy literales, así que no sé, creo que alguna deja mucho que desear. Y bueno, esta vez le cambié el final.




La melodía de los muertos.


Clavó su mirada en su presa. Un animalito peludo que paseaba tranquilamente por el interior de la cueva moviendo su hocico mientras se tocaba sus bigotitos con sus patas traseras. Sintió pena, ese conejito era realmente adorable. No obstante, se quitó esos pensamientos de su cabeza y se concentró de nuevo en su tarea, llevarse algo a la boca. Hacía dos días que no provaba bocado y estaba muy hambriento. Además, no estaba solo y su acompañante no era tan tolerante como él con el hambre. Llegaba a ponerse muy agresiva si pasaba un solo día sin comer, y ya habían pasado dos. Ese pobre animal no la iba a satisfacer pero al menos calmaría un poco su mal humor. O al menos, eso pensaba Mikael. Así que, en cuanto el conejito se había detenido por completo, Mikael se tiró encima suyo, atrapando al animal entre sus manos mientras movía sus extremidades de un lado a otro, intentando librarse de su cautivo.

-Lo siento, de verdad que lo siento. Pero debes entenderme.--Mikael clavó su mirada en los ojos llorosos del animal—Oye, no me mires así. Tengo que alimentar a una dama.

-¡Eh! Suelta a Tambor.

Mikael se dio la vuelta con tanta torpeza que el conejo saltó de sus manos, corriendo hasta la voz que acababa de gritar. Un niño con no más de diez años, algo regordete, con la cara llena de pecas y pelirrojo.

-¿Tambor? ¿El conejo tiene dueño?

-Sí. Es mío. No me lo robes.

Mikael suspiró.

-Pretendía cocinárselo a mi compañera.--el niño hizo un agudo grito de horror—Llevamos dos días sin nada que llevarnos a la boca, y no podemos salir de estas cuevas.

-¿Por qué no? ¿Sois fugitivos?

-Algo así...--Mikael levantó ambas manos y se encogió de hombros.--Pero no hemos hecho nada malo.


¿Quién mató al petirrojo? Fui yo, dijo el gorrión. Con mi arco y mis flechas.

¿Quién bebió su sangre? Fui yo, dijo el pez. La bebí en un plato pequeño.

¿Quién le vio morir? Fui yo, dijo la mosca.

¿Quién llevará la antorcha? Seré yo, dijo el pardillo.

¿Quién cantará su elegía? Seré yo, dijo la paloma. Lloraré por mi gran amor, esa será su elegía.

¿Quién hará sonar las campanas? Seré yo, dijo el toro.”


-¿Y esa voz?--el niño se había quedado totalmente encantado con la voz de mujer que cantaba esa canción.

-Es mi compañera, le encanta cantar. No hace otra cosa desde que estamos aquí escondidos.

-¿Puedo verla? Quiero... Quiero verla.

-Pero quizás no está de humor... Le afecta mucho el hecho de estar hambrienta.

-¡Un momento! Saldré arriba a buscaros comida, a mi mamá no creo que le importe.

-No te tomes tantas molestias, podremos arreglárnoslas.--la voz subió de tono, sonando mucho más fuerte en la cabeza del niño--.

-¡Ahora vuelvo!

Y el niño salió corriendo de la cueva, encantado por esa voz dulce y melosa.

Mikael se tiró al suelo, cubriéndose la cabeza con ambas manos. Realmente estaba cansado, cansado de cargar tanto tiempo con esos pecados que no le dejaban vivir tranquilo. Mikael, caballero entre caballeros, respetado por todos, se había visto reducido a eso. A un joven descuidado, con barba de tres meses y greñas. Sus elegantes ropas ahora no eran más que harapos viejos, sucios y malolientes. ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez. Le buscaba un significado, un razón a todo ello y la única respuesta que conseguía encontrar, no era de su agrado. Debía de haber otro motivo, su patética existencia no podía reducirse solo a eso.


El niño no tardó en volver, cargado con una bolsa llena de fruta y otros alimentos fáciles de llevar.

-No he podido traer mucho más, no tengo mucha fuerza.

Mikael se levantó y le sonrió mientras le acariciaba la cabeza con suavidad.

-No tenías porque...--una vez más, la dulce voz volvía entonar su canción.

-¿Puedo verla ya, por favor?

No tuvo más remedio que decir que sí y acceder a llevar al niño a ver a su compañera. Cogió la bolsa con los víveres y la mano izquierda del niño, adentrándose aún más en la cueva. A unos metros más allá, se encontraba la dueña de esa voz. Una chica de unos quince años de edad, de grandes ojos azules y nariz pequeña. Tenía unos labios carnosos y rojos, que resaltaban en su piel pálida. Su cabello era largo y negro contrastando así con su vestido blanco.

-Que... que hermosa.

El niño no era capaz de articular palabra alguna. Se había quedado totalmente hechizado por la belleza de la dama.

-¿Cual es su nombre?

-Millenia.

-¿No se llama así nuestra princesa?--exclamó el niño sorprendido.

-Ella es nuestra princesa.

Millenia se acercó al chico y le cogió una de las mejillas.

-Qué... Qué rico. Muy apetecible.

-Este chico de aquí ha quedado prendado por una de tus canciones. Nos ha traído comida.

Millenia sonrió de oreja a oreja.

-Realmente estoy muy hambrienta.


Y empezó a entonar otra canción. “Fa fe fi fo fum! Huelo la sangre de un niño inglés. Sea vivo o sea muerto, moleré sus huesos para hacerme el pan.” Mikael nervioso, dio la vuelta a la pareja y exclamó un “lo siento”.

-Esta... Esta rima no me gusta tanto...--el niño, que tenía unas ganas horribles de echar a correr, no podía moverse. Millenia se abalanzó encima de él, abriéndole el tórax completamente, ante los gritos de horror del niño. Pero no esperó a que el niño muriese, su sed era demasiado poderosa en esos momentos, y empezó a devorarle las entrañas. Mikael permanecía al lado, de espaldas a la atrocidad que se estaba cometiendo. “¿Por qué no hago nada?, no dejaba de preguntarse una y otra vez.


Una vez Millenia había terminado se percató que el conejito del niño, Tambor, había venido con ellos.

-Un rico postre preparé, un rico pudding de pasas me comeré.--cantó.

Pero Mikael no resistió más y se acercó a Millenia, agarrándola con todas sus fuerzas.

-¡Ya has tenido bastante por hoy!

Millenia empezó a gritar, desesperada por librarse de él.

-¡Yo no tengo la culpa! ¡Me hicieron así! ¡Este fue tu deseo! ¡Tú quisiste mantenerme con vida!--se giró hacía él, con la mente lúcida por unos instantes, con sus ojos llorosos. Estaba completamente cubierta de sangre.

-Sé que es mi culpa.



El cuerpo de Millenia yacía sin vida en el suelo. Al parecer se había caído desde la copa del árbol intentando atrapar una ardilla. Tanta había sido su mala suerte que había caído de espaldas y se había abierto la cabeza con una roca. Había muerto en el acto. Mikael la había encontrado así, con la mirada vacía y una mueca de horror en su cara. Gritó, lloró y volvió a gritar. Imploró a todos los dioses que conocía, a los de su religión, a los dioses paganos, a los nórdicos, a todo aquello a lo que le pudiese rezar. Y el milagro pareció obrarse. Un ente extraño apareció delante de sus narices. Ya ni tan siquiera recuerda su apariencia. Él solo estaba desesperado por encontrar una forma de arreglar todo aquello. De traer de vuelta a su Millenia, porque él era su protector y no había podido protegerla. El ente le dijo que le concedería su deseo. ¿Pero a cambio de qué?, preguntó Mikael. El ente solo sonrió y realizó el milagro. Millenia había vuelto a la vida.


-Ya no sé si era una mujer, un dios, un demonio, un ogro o un vete-a-saber-qué. Solo sé que es alguien que está gozando ahora mismo, disfrutando. Analizando cada uno de nuestros movimientos, estudiándonos. Pero esto debe terminar ya. No puedo consentir que siga muriendo más gente solo porque yo no he aceptado tu muerte. Debemos decirnos adiós.


-”Había una vez, un niño y una niña que jugaban en un callejón.

El niño a la niña le dijo:

¿Oh, puedo, oh, puedo?


-Millenia, para.. por favor.


-”La niña le dijo al niño:

¿Qué es lo que quieres hacer?

Y el niño le dijo a la niña:

¡Te quiero besar!

Y me besaste. Me robaste mi primer beso.--Millenia se acercó a Mikael, lo rodeó con sus brazos y le besó. Él se dejó llevar, acariciando cada parte de su cuerpo, fundiéndose en uno como jamás lo habían hecho antes.


-¿Sigues queriendo que esto termine?--volvía a estar lúcida.--¿Quieres deshacer tu deseo?

-”¿Quién mató al petirrojo? Fui yo, dijo el gorrión. ¿Y quién mató al gorrión?--Mikael hundió un cuchillo en el vientre de Millenia, ante la perplejidad de esta.--”Fui yo, dijo alguien riendo”

Millenia se echó para atrás, dejándose caer al suelo, poniendo una de sus manos en el vientre. Tiró del pomo del cuchillo y se lo sacó de la herida. Ella volvió su mirada hacia Mikael y le sonrió.

-¿Puedes abrazarme?

Y entre sollozos, Mikael se acercó a ella, sentándose detrás y rodeándola con sus brazos, estrechándola contra su pecho, abrazándola con delicadeza.

-Gracias.--y la muchacha cerró los ojos.

-Lo siento, no voy a seguir permitiendo que alguien controle mis actos.


Él no volvió a moverse de allí. Cantó todas las noches las canciones que cantaba Millenia. Día tras día, noche tras noche, hasta que su voz se apagó.

[x] Arisa '08