lunes, 21 de enero de 2008

La melodía de los muertos

Escribí algo similar cuando hacía tercero de la ESO, no sé cuantos años hace de ello xD Pero el otro día hice una ilustración basada en esta historia, así que me apeteció volver a escribirla. Las rimas que hay escritas pertenecen a los cuentos de Mamá Ganso. Están traducidos del inglés, y mis traducciones son muuuuy literales, así que no sé, creo que alguna deja mucho que desear. Y bueno, esta vez le cambié el final.




La melodía de los muertos.


Clavó su mirada en su presa. Un animalito peludo que paseaba tranquilamente por el interior de la cueva moviendo su hocico mientras se tocaba sus bigotitos con sus patas traseras. Sintió pena, ese conejito era realmente adorable. No obstante, se quitó esos pensamientos de su cabeza y se concentró de nuevo en su tarea, llevarse algo a la boca. Hacía dos días que no provaba bocado y estaba muy hambriento. Además, no estaba solo y su acompañante no era tan tolerante como él con el hambre. Llegaba a ponerse muy agresiva si pasaba un solo día sin comer, y ya habían pasado dos. Ese pobre animal no la iba a satisfacer pero al menos calmaría un poco su mal humor. O al menos, eso pensaba Mikael. Así que, en cuanto el conejito se había detenido por completo, Mikael se tiró encima suyo, atrapando al animal entre sus manos mientras movía sus extremidades de un lado a otro, intentando librarse de su cautivo.

-Lo siento, de verdad que lo siento. Pero debes entenderme.--Mikael clavó su mirada en los ojos llorosos del animal—Oye, no me mires así. Tengo que alimentar a una dama.

-¡Eh! Suelta a Tambor.

Mikael se dio la vuelta con tanta torpeza que el conejo saltó de sus manos, corriendo hasta la voz que acababa de gritar. Un niño con no más de diez años, algo regordete, con la cara llena de pecas y pelirrojo.

-¿Tambor? ¿El conejo tiene dueño?

-Sí. Es mío. No me lo robes.

Mikael suspiró.

-Pretendía cocinárselo a mi compañera.--el niño hizo un agudo grito de horror—Llevamos dos días sin nada que llevarnos a la boca, y no podemos salir de estas cuevas.

-¿Por qué no? ¿Sois fugitivos?

-Algo así...--Mikael levantó ambas manos y se encogió de hombros.--Pero no hemos hecho nada malo.


¿Quién mató al petirrojo? Fui yo, dijo el gorrión. Con mi arco y mis flechas.

¿Quién bebió su sangre? Fui yo, dijo el pez. La bebí en un plato pequeño.

¿Quién le vio morir? Fui yo, dijo la mosca.

¿Quién llevará la antorcha? Seré yo, dijo el pardillo.

¿Quién cantará su elegía? Seré yo, dijo la paloma. Lloraré por mi gran amor, esa será su elegía.

¿Quién hará sonar las campanas? Seré yo, dijo el toro.”


-¿Y esa voz?--el niño se había quedado totalmente encantado con la voz de mujer que cantaba esa canción.

-Es mi compañera, le encanta cantar. No hace otra cosa desde que estamos aquí escondidos.

-¿Puedo verla? Quiero... Quiero verla.

-Pero quizás no está de humor... Le afecta mucho el hecho de estar hambrienta.

-¡Un momento! Saldré arriba a buscaros comida, a mi mamá no creo que le importe.

-No te tomes tantas molestias, podremos arreglárnoslas.--la voz subió de tono, sonando mucho más fuerte en la cabeza del niño--.

-¡Ahora vuelvo!

Y el niño salió corriendo de la cueva, encantado por esa voz dulce y melosa.

Mikael se tiró al suelo, cubriéndose la cabeza con ambas manos. Realmente estaba cansado, cansado de cargar tanto tiempo con esos pecados que no le dejaban vivir tranquilo. Mikael, caballero entre caballeros, respetado por todos, se había visto reducido a eso. A un joven descuidado, con barba de tres meses y greñas. Sus elegantes ropas ahora no eran más que harapos viejos, sucios y malolientes. ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez. Le buscaba un significado, un razón a todo ello y la única respuesta que conseguía encontrar, no era de su agrado. Debía de haber otro motivo, su patética existencia no podía reducirse solo a eso.


El niño no tardó en volver, cargado con una bolsa llena de fruta y otros alimentos fáciles de llevar.

-No he podido traer mucho más, no tengo mucha fuerza.

Mikael se levantó y le sonrió mientras le acariciaba la cabeza con suavidad.

-No tenías porque...--una vez más, la dulce voz volvía entonar su canción.

-¿Puedo verla ya, por favor?

No tuvo más remedio que decir que sí y acceder a llevar al niño a ver a su compañera. Cogió la bolsa con los víveres y la mano izquierda del niño, adentrándose aún más en la cueva. A unos metros más allá, se encontraba la dueña de esa voz. Una chica de unos quince años de edad, de grandes ojos azules y nariz pequeña. Tenía unos labios carnosos y rojos, que resaltaban en su piel pálida. Su cabello era largo y negro contrastando así con su vestido blanco.

-Que... que hermosa.

El niño no era capaz de articular palabra alguna. Se había quedado totalmente hechizado por la belleza de la dama.

-¿Cual es su nombre?

-Millenia.

-¿No se llama así nuestra princesa?--exclamó el niño sorprendido.

-Ella es nuestra princesa.

Millenia se acercó al chico y le cogió una de las mejillas.

-Qué... Qué rico. Muy apetecible.

-Este chico de aquí ha quedado prendado por una de tus canciones. Nos ha traído comida.

Millenia sonrió de oreja a oreja.

-Realmente estoy muy hambrienta.


Y empezó a entonar otra canción. “Fa fe fi fo fum! Huelo la sangre de un niño inglés. Sea vivo o sea muerto, moleré sus huesos para hacerme el pan.” Mikael nervioso, dio la vuelta a la pareja y exclamó un “lo siento”.

-Esta... Esta rima no me gusta tanto...--el niño, que tenía unas ganas horribles de echar a correr, no podía moverse. Millenia se abalanzó encima de él, abriéndole el tórax completamente, ante los gritos de horror del niño. Pero no esperó a que el niño muriese, su sed era demasiado poderosa en esos momentos, y empezó a devorarle las entrañas. Mikael permanecía al lado, de espaldas a la atrocidad que se estaba cometiendo. “¿Por qué no hago nada?, no dejaba de preguntarse una y otra vez.


Una vez Millenia había terminado se percató que el conejito del niño, Tambor, había venido con ellos.

-Un rico postre preparé, un rico pudding de pasas me comeré.--cantó.

Pero Mikael no resistió más y se acercó a Millenia, agarrándola con todas sus fuerzas.

-¡Ya has tenido bastante por hoy!

Millenia empezó a gritar, desesperada por librarse de él.

-¡Yo no tengo la culpa! ¡Me hicieron así! ¡Este fue tu deseo! ¡Tú quisiste mantenerme con vida!--se giró hacía él, con la mente lúcida por unos instantes, con sus ojos llorosos. Estaba completamente cubierta de sangre.

-Sé que es mi culpa.



El cuerpo de Millenia yacía sin vida en el suelo. Al parecer se había caído desde la copa del árbol intentando atrapar una ardilla. Tanta había sido su mala suerte que había caído de espaldas y se había abierto la cabeza con una roca. Había muerto en el acto. Mikael la había encontrado así, con la mirada vacía y una mueca de horror en su cara. Gritó, lloró y volvió a gritar. Imploró a todos los dioses que conocía, a los de su religión, a los dioses paganos, a los nórdicos, a todo aquello a lo que le pudiese rezar. Y el milagro pareció obrarse. Un ente extraño apareció delante de sus narices. Ya ni tan siquiera recuerda su apariencia. Él solo estaba desesperado por encontrar una forma de arreglar todo aquello. De traer de vuelta a su Millenia, porque él era su protector y no había podido protegerla. El ente le dijo que le concedería su deseo. ¿Pero a cambio de qué?, preguntó Mikael. El ente solo sonrió y realizó el milagro. Millenia había vuelto a la vida.


-Ya no sé si era una mujer, un dios, un demonio, un ogro o un vete-a-saber-qué. Solo sé que es alguien que está gozando ahora mismo, disfrutando. Analizando cada uno de nuestros movimientos, estudiándonos. Pero esto debe terminar ya. No puedo consentir que siga muriendo más gente solo porque yo no he aceptado tu muerte. Debemos decirnos adiós.


-”Había una vez, un niño y una niña que jugaban en un callejón.

El niño a la niña le dijo:

¿Oh, puedo, oh, puedo?


-Millenia, para.. por favor.


-”La niña le dijo al niño:

¿Qué es lo que quieres hacer?

Y el niño le dijo a la niña:

¡Te quiero besar!

Y me besaste. Me robaste mi primer beso.--Millenia se acercó a Mikael, lo rodeó con sus brazos y le besó. Él se dejó llevar, acariciando cada parte de su cuerpo, fundiéndose en uno como jamás lo habían hecho antes.


-¿Sigues queriendo que esto termine?--volvía a estar lúcida.--¿Quieres deshacer tu deseo?

-”¿Quién mató al petirrojo? Fui yo, dijo el gorrión. ¿Y quién mató al gorrión?--Mikael hundió un cuchillo en el vientre de Millenia, ante la perplejidad de esta.--”Fui yo, dijo alguien riendo”

Millenia se echó para atrás, dejándose caer al suelo, poniendo una de sus manos en el vientre. Tiró del pomo del cuchillo y se lo sacó de la herida. Ella volvió su mirada hacia Mikael y le sonrió.

-¿Puedes abrazarme?

Y entre sollozos, Mikael se acercó a ella, sentándose detrás y rodeándola con sus brazos, estrechándola contra su pecho, abrazándola con delicadeza.

-Gracias.--y la muchacha cerró los ojos.

-Lo siento, no voy a seguir permitiendo que alguien controle mis actos.


Él no volvió a moverse de allí. Cantó todas las noches las canciones que cantaba Millenia. Día tras día, noche tras noche, hasta que su voz se apagó.

[x] Arisa '08