viernes, 14 de marzo de 2008

The morning never came III

Continuación de la historia de Freyr.






III




Freyr había decidido hacerse cargo de Minerva. No era más que una cría de quince años que había huido de casa. El mal nacido al que había matado la semana anterior era su propio padre. Su madre, que había estado viviendo en la ignorancia, no pudo soportar la triste realidad y se había sumido en la locura. Por suerte, Freyr disponía de buenos contactos y le habían hecho ingresar en un buen sanatorio. Así que, hasta que su madre pudiese volver a hacerse cargo de ella, él sería su tutor legal. Además, estaba la gran curiosidad que sentía Freyr por su gran parecido a su Minerva. Tenía un toque distinto, pero su voz era la misma. Y sus ojos... Ellos reflejaban la misma mirada de la Minerva de antaño.
-Mañana empezarás a ir al instituto.
-¡¿Qué?!--Minerva se encontraba apoyada encima de una mesa, jugando con uno de sus mechones.--Me niego. Yo quiero quedarme aquí, en la cafetería ayudando.
-He dicho que mañana empezarás el instituto y se acabó.--Freyr sonrió.
-. Podrás cautivar con esa sonrisa a los clientes pero a mí no me engañas. Eres un maldito demonio.
Freyr soltó una carcajada y terminó de limpiar los platos. Ella también era la única que podía ver mi auténtica naturaleza.
-Parece que hoy tendremos visita.
-¿También me vas a hacer quedarme en la sala de arriba para que no vea ni oiga nada?
-No. Puedes quedarte si ese es tu deseo.
A Minerva se le iluminaron los ojos de entusiasmo y saltó de la silla para irse corriendo a su lado.
-¿Puedo convertirme en tu ayudante?
-No. He dicho que puedes quedarte, no que quiera que una cría como tú sea mi ayudante.
-¡No soy ninguna cría!
-Me da igual. No necesito ayuda.
-Pero... necesito entretenerme. Lo he perdido todo.
El entusiasmo había desaparecido de su rostro para tornarse gris y apagado. Freyr la cogió de una de sus manos y la abalanzó hacia su pecho, estrechándola.
-Pero me has ganado a mí. A mí, y a mis deliciosos croisants. Sé que bajas por las noches y robas un par de la despensa.
Minerva se retiró de su lado, sonrojada.
-Te... ¿Te has dado cuenta?
-¿Se te ha olvidado que los hago yo mismo? Los tengo contados y recuerdo perfectamente cuantos vendo. No me subestimes... cría.
Ella se enojó dándole un pisotón en uno de sus pies y dándole la espalda. Para Freyr, tenerla ahí era como darle un soplo de aire fresco a su negra existencia. Como un último deseo antes de la esperada muerte.

-¿No te gustaría hacer alguna actividad extra? ¿Tocar algún instrumento?

Minerva se quedó pensativa unos instantes y luego alzó la vista, sonrojada.

-Bueno... siempre quise aprender a tocar el violín.

-El violín, ¿eh?--sonrió--¿Quieres escuchar una vieja historia?

Minerva se sentó con las piernas cruzadas sobre la barra y asintió, curiosa.



Las notas iban fluyendo a través de sus oídos, una detrás de otra. Era una melodía realmente triste pero no dejaba de ser preciosa. La pieza estaba siendo interpretada por una niña de unos doce años que cogía con gracia y elegancia un violín. Era de piel pálida y de mejillas pecosas. Su larga melena pelirroja le llegaba por la cintura y era bastante ondulada. Vestía un atuendo viejo y haraposo, de un blanco desgastado por el tiempo, pero pese al vestido, resultaba una niña preciosa. Freyr la observaba desde lo alto de un andamio, mientras veía a la gente pasar alrededor de la niña. Unos se paraban a escucharla mientras dejaban una moneda dentro de la caja de madera que había a sus pies descalzos. Otros simplemente pasaban de largo y algunos se sentaban a terminar de escuchar tocar a la niña. Hubo uno en concreto que una vez hubo terminado la pieza, se acercó a ella para hacerle unas preguntas.

-¿Cuantos años tienes?

Era un hombre de mediana edad, con alguna que otra cana en su cabello y barba. Vestía con un elegante traje marrón y en una de sus manos aguantaba un sombrero de copa.

-Doce.

-¿Y tus padres?

-No lo sé.

-¿Tienes hambre? ¿Quieres que te lleve a comer algo?

La niña, que hasta entonces tenía los ojos cerrados, los abrió de par en par, mostrándole sus pupilas verdes.

-¿Qué clase de pregunta es esa? ¿No ves las pintas que llevo? Claro que tengo hambre.

Freyr no pudo evitar echar una carcajada al oír hablar tan descaradamente a la niña. El hombre, sin embargo, en vez de enojarse, sonrió amistosamente.

-Tienes razón, que descortés por mi parte. ¿Te apetece un buen pollo asado?

El hombre le tendió su mano derecha. Ella asintió con la cabeza y recogió la caja del suelo. Puso las pocas monedas obtenidas en un bolsillo y guardó el violín dentro de la caja. Después tomó la mano del amable desconocido.

-¿Quién te ha enseñado a tocar, pequeña?

-El diablo.

-Qué humor más sutil para la edad que tienes.

No obstante, Freyr paró mucha atención a la expresión que tenía la niña, que estaba completamente seria. Como estaba de paso por Londres, y no tenía nada mejor que hacer, Freyr decidió seguir a la pareja hasta el lugar dónde habían decidido comer. Era una posada corriente dónde por pocas monedas la niña podría comer hasta reventar. Se pidió un pollo enterito para ella, con un poco de patatas hervidas y diversas legumbres. Freyr se sentó dos mesas más alejados de ellos para observarles con prudencia.

-¿Desde cuando estás en las calles?

-Popo pa de un agno.--dijo con la boca llena. Tragó y volvió a hablar—Poco más de un año.

-¿Y cómo pasó eso? ¿Murieron tus padres?

-No. Dejé de serles útil.--bajó la mirada y la clavó en el pollo que siguió devorando con voracidad.

-Oh dios... ¿Pero qué clase de personas harían algo así?
-Tú. El anciano que está bebiendo agua en la fuente o la panadera de la esquina. Aquel perro que está husmeando en la hierba o incluso aquel inocente niño que está jugando con una pelota. La traición está presente en cada uno de nosotros, el mundo funciona así. Intercambio equivalente. Si no ven que pueden obtener algo a cambio, no hacen nada. Permanecen inertes a que las cosas cambien por sí solas.

El hombre bajó la mirada, horrorizado ante las palabras de la niña.

-No se preocupe. Ya he encontrado un camino que seguir.--y ladeó la cabeza echando una mirada rápida a la caja del violín. El hombre sonrió.

-Mi nombre es Jacob. ¿Cómo te llamas, pequeña?

-Eneka.

-Eneka, come tanto como desees. Tengo una oferta que hacerte. No podría pagarte porque no soy un hombre con altos ingresos, pero podría ofrecerte un techo, ropa, comida... una familia, a cambio que toques el violín en nuestras cenas y juegues con mis dos hijas.

Terminó el pollo y se limpió con una servilleta.

-Muchas gracias.

Siguieron hablando de cosas triviales mientras tomaban un trozo de tarta de manzana. Una vez hubieron terminado, Jacob se acercó a la barra y pagó al tabernero. Cogió por la mano a la recién adoptada Eneka y salieron de la taberna, en dirección a una posada donde pasar la noche, puesto Jacob no era de la capital y habían decidido partir al amanecer.

Freyr no decidió seguirles, puesto el hombre parecía de buena fe y no había visto malas intenciones en él. Quedaba poca gente así en el mundo y Eneka realmente había tenido mucha suerte. No obstante, el azar – o más bien el hecho que escaseaban las posadas baratas en la capital y Freyr no disponía de mucho capital – hizo que se alojaran los tres en la misma posada. Freyr se cruzó con Jacob en el vestíbulo, mientras firmaba y pagaba por adelantado. La posada era bastante pequeña y muy acogedora, pero a causa de su diminuto tamaño, había pocas habitaciones y las de la pareja y Freyr eran contiguas.

Freyr estaba algo cansado así que se fue a dormir sin cenar. A media noche se despertó al oir la melodía del violín. ¿Eneka tocando a estas horas? Era una melodía vibrante, exaltante, te hacía sentir vivo, con ganas bailar. De abrir de par en par las ventanas y gritarle al aire que seguías ahí. Luego un grito, flojo, casi imperceptible por el oído humano, pero no para Freyr. Se alzó de la cama en la que reposaba y llamó a la puerta de los vecinos.

toc toc

Dos leves golpecitos valieron para saber que la puerta estaba abierta. Freyr la entreabrió un poco y entró en la estancia. Allí se encontraba Eneka postrada en la ventana mientras nos deleitaba con el violín. El viento hacía mover sus cabellos con brusquedad, dándole así una imagen poderosa e impactante.

Frente a ella estaba Jacob, sentado en un sillón, de espaldas a mi. Me acerqué para ver como se encontraba. Estaba tumbado en el sillón con los gestos desencajados y lo habían abierto completamente en canal. Le habían devorado las entrañas. Antes que Freyr pudiese abrir la boca, Eneka dio un brinco desde la ventana hasta el suelo y apuntó con el arco en dirección a él.

-No intentes cometer ninguna estupidez.

Freyr observó el arco del violín. La cuerda se había teñido de un rojo carmesí. Estaba claro que la había usado como arma. No obstante, ella estaba impune. No había ni una pequeña mancha de sangre en su piel ni en su vestido.

-¿Para quién trabajas?

Enarcó una ceja.

-¿Como dices? No trabajo para nadie.--contestó Eneka.

-Le han devorado las entrañas y tú no te las has comido. Es más, dudo que tú lo hayas abierto en canal. ¿Sólo lo has degollado verdad?

-Lo he matado yo. No era más que un viejo que iba a aprovecharse de mí.

-Ese hombre era un buen hombre, ¿sabías? De verdad te estaba ofreciendo un lugar en el mundo.

-Los humanos no merecen la pena. Son todos iguales.--se enfureció—No hacen más que traicionarse los unos a los otros. Engañan, roban, asesinan...

-No hace falta decir que tú eres una de ellas. ¿Tanto asco te das a ti misma?

-Tú no puedes entender el dolor de alguien como yo. Abandonada mezquinamente. Completamente sola vagando por las calles... ¡Él fue el único que se fijó en mí! Me arropó, me dio un nombre... Una razón para vivir.

-Te dio el violín. Y cada vez que lo tocas te sumes aun más bajo su control. Domina tus instintos y nubla tu capacidad para razonar. Pobre marioneta...

-¡Mientes!--hizó el arco haciéndole un leve rasguño en la mejilla a Freyr.--Lo hago para devolverle el favor. Él necesita de ellas... de sus almas para sobrevivir. Yo solo le ayudo en su camino.

-Está bien. Pero algún día también se apoderará de la tuya.

Freyr cerró los ojos del hombre y le dio la espalda a Eneka.

-¿No vas a hacer nada? ¡¿No vas a intentar detener esta masacre?!--le gritaba perpleja.

-No. No me das lástima alguna. Mereces seguir el camino que has elegido. Tú no eres más que un vulgar peón. A mí me interesa el rey.

Abandonó la estancia dejando a Eneka sumida en una gran confusión.




-¿Y no hiciste nada?

-No. No hice nada.

-Pero...--Minerva bajó la voz—Yo pensaba que tu trabajo era ayudar a las almas descarriadas, como la mía.

-Tu alma era libre. La suya ya tenía dueño, solo que ella no se había dado cuenta. El violín la había poseído por completo. Había hecho un trato con alguien.

-¿Descubriste quién?

-No.--Freyr bajó la mirada y pensó “algún sucio truco de Loki”.

-¿Entonces el violín puede tener ahora algún otro dueño?

-Es posible. ¿Te has decidido ya a tocar el violín?

Minerva se bajó de la barra de la cafetería y lo miró con timidez.

-La flauta también está bien, ¿no crees?

Freyr sonrió y le dio un leve golpecito en la cabeza.

Algún día la brisa desaparecerá... pensó.